diciembre 2, 2024
El saber que nuestro Señor Jesucristo no cambia, nos llena de confianza y seguridad en sus promesas.

Vivimos en un universo cambiante o mutable. Desde las grandes galaxias en el espacio sideral, hasta los microorganismos más diminutos del planeta,  todo cambia. Cuando se trata del ser humano, algunos cambios son para bien y otros para mal. Algunas personas cambian para mejorar su carácter, pero otras cambian para destruir sus almas.Todos cambiamos de una forma u otra, excepto un hombre.

Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. Hebreos 13:8

Debido a que vivimos en esta realidad universal, tendemos a olvidar que nuestro Señor Jesucristo no cambia. Lamentablemente, pensamos que Él ya no nos ama si no responde a nuestras peticiones. O siempre que no sentimos su presencia, pensamos que nos ha abandonado. Sin embargo, nuestro Señor no puede alterar su naturaleza porque no tiene que agregarle ni restarle nada. El conocimiento de esta verdad debe ser motivo de gozo en los creyentes.

Saber que, como parte de la Deidad, nuestro Señor Jesucristo es siempre fiel, nos da seguridad y confianza. Podemos estar seguros de que nunca nos abandonará, que Él siempre permanece fiel.

Ahora bien, debemos diferenciar entre la inmutabilidad de su carácter y sus obras en diferentes tiempos. Las funciones del Hijo de Dios han cambiado de acuerdo a los propósitos del Padre desde antes de la creación. Cristo ha ejercido diferentes ministerios de acuerdo a la necesidad de la humanidad. Pero no importando cuál haya sido su obra dentro y fuera del tiempo, Jesús sigue siendo el mismo.

Quién fue Cristo ayer

El ayer de Cristo no comenzó cuando nació de María casi dos mil años atrás. La Biblia nos dice que Él tuvo una gloria que compartió con el Padre, antes de la creación del mundo. Por lo tanto, su pasado es también eterno.

Juan 17:5 Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.

No tenemos idea de cuánto duró tal gloria en la eternidad pasada. Puede haber durado decenas de miles de años o incluso millones y millones de años. Pero sí sabemos por la Escritura que Él tuvo esa gloria y que recibió alabanza junto al Padre cuando creaba la tierra. Job 38:1-7

En cuanto a su ayer terrenal, vemos que Jesús tuvo una misión que cumplir. Lucas 19:10 dice: "Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido." Por esta causa nuestros Señor tuvo que participar de carne y sangre, para ofrendarse como holocausto por todos nosotros. Y con su sangre, nos salvó de nuestros pecados (Mateo 1:21).

En su ayer terrenal, Jesús también anduvo haciendo bienes, sanando los enfermos, y liberando a los cautivos por el diablo (Mateo 4:24; Hechos 10:38). Multitudes fueron impactadas por el poder que salía de Él.

Quién es Él hoy

En vista de que el Señor es inmutable, podemos concluir que hoy en día Él sigue haciendo lo mismo. Él no ha dejado de salvar, sanar, y liberar a los cautivos. En Hechos 9:33-34 vemos como Jesús seguía sanando a través del Espíritu Santo en los creyentes.

33 Y halló allí a uno que se llamaba Eneas, que hacía ocho años que estaba en cama, pues era paralítico. 34 Y le dijo Pedro: Eneas, Jesucristo te sana; levántate, y haz tu cama. Y en seguida se levantó.

Notemos que Pedro dijo “Jesucristo te sana”. Aunque ya Él no estaba en la tierra en forma corporal, Jesús sigue con nosotros a través de su Espíritu.

Además de estas obras, el Señor nos libra de los juicios apocalipticos. Nuestra relación con Cristo nos hace partícipes de un nuevo pacto con Dios. Uno de los beneficios de ese pacto es el ser guardados de la ira que vendrá. 1 Tesalonicenses 1:10 dice:  "y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera." Notemos que el texto no dice que "nos librará", sino que está en el presente, dando a entender que esa es parte de su obra actual.

Para recibir los beneficios del nuevo pacto, es necesario confesar que Jesús es el Señor, y creer que Dios lo levantó de los muertos (Romanos 10:9). Esta confesión reconoce quién es Él hoy, y nos da entrada a su reino. El texto no dice que Jesús será el Señor; Él es el Señor hoy.

Además de esto, 1 Corintios 1:24 dice que el Señor Jesucristo es poder y sabiduría de Dios para los que creen. En este capítulo, el apóstol Pablo nos enseña que Jesús es el poder que buscaban los judíos y la sabiduría que anhelaban los griegos. A través de su poder derrotamos a las fuerzas del enemigo. Y por su sabiduría podemos andar rectamente (Santiago 3:13).

Jesucristo en la eternidad

Como dije antes, el pasado de Cristo va más allá de su encarnación. Antes de venir a este mundo, Jesús ya existía fuera del tiempo. Cuando tomó forma de hombre entró en la dimensión del tiempo para derramar su sangre por la humanidad. Y al ascender a los cielos volvió a la eternidad para interceder por nosotros.

Juan 17:5 – "Ahora pues, Padre, glorifícame tú cerca de ti mismo con aquella gloria que tuve cerca de ti antes que el mundo fuese." El Señor pronunció estas palabras cuando oraba al Padre en la vispera de su crucifixión. Vemos claramente que, en la eternidad pasada el Padre y el Hijo compartían una gloria de la cual todavía no tenemos revelación.

Pero recordemos que Jesucristo no solo recibió gloria en el pasado, o solo en el presente. Sino que seguirá recibiendo honra y alabanza en el futuro también.

Apocalipsis 5:13 Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.

Esta escritura profetiza la gloria futura que el Padre y el Hijo van a recibir de toda la creación.

Apocalipsis 11:15 – "El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos."

Así como el Hijo reinó con el Padre antes de la creación del mundo, así también reinará en la eternidad futura y su reino no tendrá fin.

La inmutabilidad de Jesucristo nos llena de fe y esperanza. Nos da la seguridad de que siempre cumplirá lo que ha prometido.

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