En Daniel capítulo 5 vimos cómo Dios humilló al Imperio Babilónico al caer derrotado ante los persas. Daniel, ausente de los asuntos reales durante años, fue llamado por la reina para interpretar la escritura en la pared durante el reinado de Belsazar. Ahora, en el Capítulo 6, vemos la experiencia de Daniel bajo el nuevo Imperio Persa. También vemos cómo Dios se glorificó salvando a su siervo de los leones.
¿Quién era Darío?
Daniel 6:1-2 dice: “Pareció bien a Darío constituir sobre el reino 120 sátrapas que gobernaran en todo el reino, y sobre ellos tres gobernadores, de los cuales Daniel era uno, a quienes estos sátrapas rendían cuentas para que el rey no sufriera perjuicio.”
¿Quién era Darío? Muchos creen que fue designado por Ciro, quien lideró a los persas para conquistar Babilonia. “Darío” podría ser un título que significa “el que sostiene el cetro”, no un nombre personal. Para gobernar Babilonia, Darío nombró 120 sátrapas, o líderes regionales, y tres gobernadores, incluido Daniel, para supervisarlos, asegurando los intereses del rey.
¿Qué distinguía a Daniel?

El protagonismo de Daniel es notable. No era babilonio ni persa, sino un cautivo judío de Judá. Sin embargo, Dios le dio una posición alta en este nuevo imperio. ¿Por qué? Porque Daniel, probablemente mayor de 80 años, tenía un historial probado de integridad desde sus décadas en Babilonia, sirviendo bajo reyes como Nabucodonosor. Más importante aún, la gracia de Dios estaba sobre él. El versículo 3 dice: “Daniel se distinguía sobre los demás gobernadores y sátrapas, porque había en él un espíritu excelente. Y el rey pensó en ponerlo sobre todo el reino.”
¿Qué distinguía a Daniel? Darío notó un “espíritu excelente” en él, una referencia a la obra del Espíritu Santo en su vida. Sus dones proféticos, su capacidad para interpretar sueños y su fidelidad inquebrantable lo destacaban. Darío, aunque no era creyente, reconoció la gracia de Dios en Daniel y planeó hacerlo primer ministro sobre todo el reino.
La envidia de los sátrapas
Pero esto provocó envidia. Los versículos 4-5 dicen: “Los gobernadores y sátrapas buscaron ocasión para acusar a Daniel en lo relacionado con el reino, pero no hallaron motivo de acusación ni falta, porque era fiel, y no se encontró en él error ni vicio. Entonces dijeron: ‘No hallaremos contra este Daniel ocasión alguna, salvo en relación con la ley de su Dios.’”
Los enemigos de Daniel, celosos de su ascenso, buscaron defectos en su conducta profesional. Pero no encontraron nada. Él era fiel, aunque no perfecto, pero intachable en su trabajo. Incapaces de acusarlo de corrupción, atacaron su fe. Ellos sabían que su devoción a Dios era inquebrantable. Así que conspiraron para atraparlo en este punto.
El complot contra Daniel
Los versículos 6-9 describen su complot: “Estos gobernadores y sátrapas se presentaron ante el rey y le dijeron: ‘¡Oh rey Darío, vive para siempre! Todos los gobernadores del reino, los prefectos, sátrapas, consejeros y capitanes han acordado que el rey establezca una ordenanza y promulgue un edicto, que cualquiera que en 30 días haga petición a cualquier dios u hombre, salvo a ti, oh rey, sea echado al foso de los leones.’”
Esta ley, que halagaba el ego de Darío, prohibía orar a cualquiera salvo al rey durante 30 días. El castigo por la desobediencia era la pena de muerte en el foso de los leones. Los conspiradores mintieron, afirmando que todos los oficiales, incluido Daniel, estaban de acuerdo. Sin saber del engaño, Darío firmó el edicto, que, según la ley persa, no podía revocarse.
La firmeza de Daniel
La respuesta de Daniel fue firme. El versículo 10 dice: “Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró en su casa, donde tenía las ventanas de su cámara abiertas hacia Jerusalén. Se arrodilló tres veces al día, oró y dio gracias delante de su Dios, como lo hacía antes.”
Conociendo la ley, Daniel continuó sus oraciones diarias, arrodillándose tres veces al día hacia Jerusalén, como era su costumbre. ¿Por qué hacia Jerusalén? En 1 Reyes 8:44-46, Salomón oró diciendo que, si el pueblo de Dios llegase a vivir en el exilio y orasen hacia Jerusalén, Dios los oiría y liberaría. Daniel, conocedor de esta promesa, oró con fe, confiando en la justicia de Dios. Su disciplina espiritual no era un acto de desafío, sino un compromiso con una comunión ininterrumpida con Dios. Como era de esperarse, sus enemigos lo atraparon en el acto.
La acusación contra el profeta
Los versículos 11-13 dicen: “Estos hombres se juntaron y hallaron a Daniel orando y suplicando ante su Dios. Luego se acercaron al rey y le hablaron del edicto: ‘Daniel, uno de los cautivos de Judá, no te respeta, oh rey, ni acata el edicto que firmaste, sino que tres veces al día hace su petición.’”
Los sátrapas acusaron a Daniel de faltarle el respeto a Darío. Con esto buscaban sembrar discordia. Darío, al darse cuenta del engaño en que había caído, se angustió profundamente. El versículo 14 dice: “Cuando el rey oyó estas palabras, se angustió mucho y resolvió librar a Daniel. Trabajó hasta la puesta del sol para rescatarlo.” Buscó una laguna legal, pero no encontró ninguna, pues la ley persa era inalterable.
Echado en el foso

Sin opciones, los versículos 16-17 dicen: “Entonces el rey ordenó que trajeran a Daniel y lo echaran al foso de los leones. El rey dijo a Daniel: ‘Tu Dios, a quien sirves continuamente, te libre.’ Y trajeron una piedra y la pusieron sobre la entrada del foso, sellándola con el sello del rey y de sus príncipes, para que nada se alterara respecto a Daniel.”
Darío, incapaz de salvar a Daniel, lo encomendó a Dios. El foso sellado simbolizaba la finalidad, pero Darío mantenía un destello de esperanza. Esa noche, ayunó, rechazó música y no pudo dormir, lamentando el destino de Daniel (versículo 18).
Al amanecer, los versículos 19-20 dicen: “El rey se levantó al alba y fue apresuradamente al foso de los leones. Al acercarse, llamó a Daniel con voz angustiada: ‘Oh Daniel, siervo del Dios viviente, ¿ha podido tu Dios, a quien sirves continuamente, librarte de los leones?’”
Darío llamó a Dios “el Dios viviente”, reflejando la fe de Daniel. Los versículos 21-22 registran la respuesta de Daniel: “¡Oh rey, vive para siempre! Mi Dios envió su ángel, que cerró la boca de los leones para que no me hicieran daño, porque ante Él fui hallado inocente; y también ante ti, oh rey, no he hecho nada malo.”
Librado de los leones
La liberación de Dios fue milagrosa. Un ángel cerró la boca de los leones, protegiendo a Daniel por su inocencia y fe. Lleno de alegría, Darío ordenó liberar a Daniel. El versículo 23 dice: “Sacaron a Daniel del foso, y no se halló en él lesión alguna, porque había confiado en su Dios.” La fe de Daniel fue la clave de su victoria.
La justicia llegó. El versículo 24 dice: “El rey ordenó que trajeran a los hombres que acusaron a Daniel y los echaron al foso de los leones, a ellos, sus hijos y sus mujeres. Antes de que llegaran al fondo, los leones los despedazaron y quebraron todos sus huesos.” La ferocidad de los leones probó la intervención de Dios, no su falta de hambre.
Darío emitió un nuevo decreto. Los versículos 25-27 dicen: “El rey Darío escribió a todos los pueblos, naciones y lenguas que habitan en la tierra: ‘Paz os sea multiplicada. Hago un decreto que en todo mi dominio real tiemblen y teman ante la presencia del Dios de Daniel, porque Él es el Dios viviente, que permanece para siempre; su reino no será destruido, y su dominio durará hasta el fin. Él libra y salva, hace señales y maravillas en el cielo y en la tierra, Él que ha librado a Daniel del poder de los leones.’”
El rey honra al Dios de Daniel
Darío honró al Dios de Daniel, ordenando respeto por Él en todo su imperio. El versículo 28 concluye: “Y este Daniel prosperó durante el reinado de Darío y en el reinado de Ciro el Persa.” Daniel prosperó bajo ambos reyes, cumpliendo la promesa de Dios en Isaías de hacer a su pueblo cabeza y no cola.
¿Qué aprendemos? La historia de Daniel nos inspira a mantener la comunión con Dios. Nos inspira a confiar en sus promesas y vivir con integridad. Ninguna amenaza, espiritual o física, puede vencer a quienes confían en Dios. Al igual que Daniel, nosotros también enfrentamos “leones” hoy. Pero por la fe, somos más que vencedores. Busquemos, pues, a Dios fervientemente, y prosperemos en su propósito.