Lamentablemente, en nuestra jornada por la vida no podremos evitar las ofensas porque somos seres imperfectos buscando la perfección a través de Jesucristo. Cuando somos heridos somos tentados a guardar un resentimiento hacia aquellos que nos han herido. El rencor es una herida que mantenemos abierta y en la que por lo tanto, rehusamos recibir sanidad. Cada vez que somos ofendidos también somos tentados a guardar en nuestro interior sentimientos amargos y vengativos. Como cristianos lavados con la sangre de Cristo, estamos llamados a tomar control de esta emoción venenosa en el momento en que se manifieste, para que Satanás no gane ventaja sobre nosotros.
Definición: El resentimiento (también llamado amargura o rencor) es la experiencia de una emoción negativa (ira u odio, por ejemplo) [1] sentida como resultado de un daño recibido sea real o imaginario. Etimológicamente, la palabra se origina del francés "ressentir", re-, prefijo intenso, y sentir; del Latín "sentire". El resentimiento puede ser provocado por una experiencia emocionalmente perturbadora sentida de nuevo en la mente o revivida en la mente. Cuando el que siente resentimiento dirige su emoción hacia sí mismo se convierte en remordimiento. [3](Wikipedia).
Hay heridas que son más dolorosas que otras dependiendo de qué pecado se comete contra nosotros y que tan sensibles somos en nuestras emociones. Un factor importante es que cuando recibimos daño de alguien a quien amamos, o cuando el mal viene de alguien en quien hemos depositado nuestra confianza; la herida en nuestro corazón es muy profunda y difícil de sanar.
El rencor está presente en un corazón que se rehúsa a perdonar. La falta de perdón mantiene con vida la emoción del resentimiento y trae como consecuencia amargura, infelicidad y aun puede causar enfermedades fisiológicas. Muchos expertos de la medicina concuerdan en que el rencor puede producir hipertensión y problemas cardiacos.
El Señor Jesús nos dijo: Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale (Lucas 17:3-4). Estas palabras del Señor Jesús fueron tan duras para los discípulos que tuvieron que rogarle al Señor que les aumentara su fe (v.5). Algunos de nosotros pueden perdonar una o dos veces, pero no más. ¿Porque es difícil perdonar? Porque nuestro ego no permite ninguna humillación, ofensa o traición.
En Mateo 18:21-35 encontramos que Pedro se acercó a Jesús para preguntar cuantas veces tenía que perdonar a su hermano. En su lógica humana él pensó que debía de haber un límite. Pedro sugirió una cantidad. “¿Hasta siete?”, pregunto él. La respuesta de Cristo fue sorprendente. Utilizo el numero que dio Pedro para crear un juego de palabras diciendo: “No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.” Luego continúo con una parábola acerca de dos deudores.
Un siervo le debía a su amo una cantidad que nunca podría pagar, mientras que uno de sus compañeros estaba endeudado con él en una cantidad muy inferior. El amo perdono la deuda exorbitante de este siervo, pero el siervo no perdono la deuda de su compañero.
Cuando el amo se entero de la maldad de su siervo lo entrego a los verdugos hasta que pagara su deuda. Los verdugos solo tenían el trabajo de torturar y ejecutar prisioneros. En lo espiritual ocurre algo similar. Cuando nos rehusamos perdonar a quienes nos ofenden, nuestro Padre celestial no nos puede perdonar, somos siervos malvados, y caemos en manos de “verdugos”. Esto es, vienen muchos males, dolores, y pueden venir ataques demoniacos al abrazar el rencor en vez de la misericordia.
En 1 Corintios 13:5 tenemos una gran revelación. Una de las virtudes del amor es que no guarda rencor. La palabra griega que se utiliza en este versículo es LOGIZOMAI que significa; reconocer, contar, calcular, tomar en cuenta, etc. El resentimiento es mantener un record, una cuenta pendiente en nuestra mente. Deseamos que la persona que nos debe pague con sufrimiento o alguna perdida personal. Pero si tenemos el amor de Dios en nosotros, estaremos prestos para sacar esos sentimientos de nuestro corazón.
Desde el antiguo pacto recibimos instrucciones de parte de Dios que nos instruyen a no guardar rencor. No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová. Levíticos 19:18
Proverbios 18:19 dice: El hermano ofendido es más tenaz que una ciudad fuerte,
Y las contiendas de los hermanos son como cerrojos de alcázar.
Una ciudad fuerte en aquellos tiempos era la que levantaba murallas para defenderse de ejércitos invasores. Asimismo, el que esta ofendido levanta muros alrededor de su corazón como un medio de protección para evitar no ser herido. Si no escuchamos el consejo de Dios y abrimos nuestros corazones para tener misericordia, no seremos creyentes victoriosos en el Señor. Que Dios nos ayude y aumente nuestra fe.