¿Alguna vez has vivido la experiencia de entrar a las aguas de un río, o una playa, o quizás a una piscina sin saber nadar, y cuando llegaste al punto donde no podías hacer pie, te hundiste y empezaste a tragar mucha agua sin poder parar? En esos momentos en que tragabas agua tanta agua, de seguro que sentiste desesperación, pánico y miedo deseando salir de ese lugar y pisar terreno firme.
Imaginémonos que sensación podríamos sentir si en vez de caer en una masa de agua poco profunda, cayéramos en la profundidad de los abismos del mar. Aunque es cierto que moriríamos mucho antes de caer en el fondo del mar, solo el imaginarnos cuán tenebrosas son sus profundidades causa una sensación de pavor y maravilla. De la misma manera, a veces pasamos por experiencias de gran aflicción que nos hacen sentir como que hemos caído en un abismo.
Hay algunas escrituras de la Biblia en donde las aguas son una metáfora de momentos de grandes pruebas y dolor en la vida de los siervos de Dios. Por ejemplo, en el Salmo 69:1 encontramos el clamor de un hombre que se encuentra en grande tribulación y pide el auxilio de Dios.
Sálvame, oh Dios, Porque las aguas han entrado hasta el alma. Sal. 69:1
No sabemos exactamente qué tipo de experiencia hizo que David exclamara pidiendo salvación, pero sí podemos entender porque clamaba de esa manera, pues también muchos de nosotros hemos estado en situaciones que amenazan nuestras vidas.
Al decir “sálvame”, David estaba reconociendo que en Dios estaba el poder para sacarlo de la tribulación en que se encontraba. No podemos menospreciar la importancia de esta palabra. Habrán momentos en la vida cuando no habrán fuerzas para decir muchas palabras, pero si tan solo gritamos “sálvame” con la seguridad de que Dios va a responder, podremos ver su mano extendida a favor nuestro.
Estoy hundido en cieno profundo, donde no puedo hacer pie; He venido a abismos de aguas, y la corriente me ha anegado. Salmos 69:2
El cieno, en lenguaje figurado, habla de peligro y grandes dificultades que enredan a un hombre y le impiden avanzar o moverse con libertad. El cieno es un lodo o barro tan resbaloso que es muy difícil caminarlo sin caerse. En el Salmo 40:1-2 el salmista nos testifica lo siguiente: Pacientemente esperé a Jehová, Y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; Puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos.
¿Cuál es tu cieno, abismo, o corriente que te agobia en esta hora? Quizás es una enfermedad terminal o un problema financiero que amenaza el bienestar de tu familia; quizás es la falta de alimento para tus niños, o la obscuridad de una depresión asfixiante; quizás son los ataques que Satanás ha lanzado contra ti tratando de apagar tu fe en el Señor.
Cualquiera que sea tu situación, no dudes en el poder y la gracia de Dios para librarte y sacarte de los abismos de la vida. David ciertamente lo creyó y por esto exclamó: Sácame del lodo, y no sea yo sumergido; Sea yo libertado de los que me aborrecen, y de lo profundo de las aguas. Salmo 69:14
No le temas a los mares de angustia y dolor porque no te ahogaran; pues de allí te librará el Señor con su diestra de poder.
David comenzó este salmo con clamores y quejas, pero al final, después de haber orado, él termina dando alabanzas al Señor. Este es el resultado de venir a la presencia de Dios cuando estamos en momentos de aflicción y gran necesidad. Recibiremos fortaleza para creer a las promesas de Dios y nos levantaremos alabando a nuestro Dios.
Alabaré yo el nombre de Dios con cántico, Lo exaltaré con alabanza. Salmos 69:30