julio 27, 2024

Como cristianos nacidos de nuevo, estamos llamados a someternos a las autoridades superiores, porque al someternos a ellas nos sometemos a la autoridad suprema de Dios. Este principio está claramente revelado en Romanos capítulo 13. Sin embargo, cuando la autoridad delegada se subleva en contra del Señor y su palabra, e impone leyes que contradicen la palabra de Dios, entonces nos vemos obligados a desobedecer tales leyes.

En Daniel capítulo 3 tenemos un buen ejemplo de una desobediencia civil que fue aprobada por Dios.

Cuando Ananías, Misael, y Azarías fueron confrontados por el rey de Babilonia, y presionados a postrarse ante una estatua de oro, estos varones prefirieron morir antes que desobedecer a la autoridad suprema de Dios. Necesitamos, pues, aprender de su ejemplo y pedirle al Señor que nos de una convicción y entrega semejante a la de estos siervos de Dios.

I. La estatua de oro

Dice la Escritura que Nabucodonosor hizo una estatua de oro que era bastante alta. Sus medidas eran de sesenta codos de alto, y seis codos de ancho. En el sistema métrico moderno los sesenta codos equivalen a noventa pies de altura, y los seis codos equivalen a 9 pies de ancho.

Dice en Daniel 3:2 que el día de la dedicación de la estatua, el rey invitó a todos sus ministros y oficiales de su reino, pero notemos que Daniel no aparece en esta historia. Es probable que él estuviera de viaje en los negocios del reino, o quizás estuviera padeciendo de alguna enfermedad.

II. Mandato a la idolatría

Una vez que los principales líderes del reino de Nabucodonosor estaban presentes, entonces un pregonero anunció el mandato del rey para ellos y para todos los pueblos, naciones, y lenguas.

El mandato era simple. Cada vez que se tocaran los instrumentos de música de la orquesta del rey, todo ciudadano de los pueblos que estuviesen bajo el imperio babilonio debía postrarse hacia la estatua de oro en adoración.

Debemos notar que esta orden es similar a la que será establecida durante el gobierno del anticristo, cuando el falso profeta hará que a toda persona del mundo se le ponga una marca en la frente on la mano derecha sin la cual no va a poder comprar ni vender, según Apocalipsis 13:16-17.

El propósito de la marca de la bestia es condenar para siempre las almas de aquellos que se dejen marcar.

En el caso de Nabucodonosor, su edicto iba a contaminar espiritualmente a los judíos que se postraran ante la imagen.

Pero al igual que estos tres varones que no cedieron ante el monarca más poderoso de ese tiempo, también hoy es necesario que haya un remanente fiel que no doblegue las rodillas ante Baal.

III. Los tres varones acusados

Dice en Daniel 3:8 que Ananías, Misael, y Azarías; quienes son llamados por sus nombres babilonios, Sadrac, Mesac, y Abednego, fueron acusados por personas que les envidiaban y aprovecharon la oportunidad para deshacerse de ellos.

Cuando Nabucodonosor cuestionó a estos varones, él no esperaba recibir una respuesta desafiante de ellos. Después de todo, él era el rey más poderoso en la tierra, y todo lo que él quería lo obtenía.

Pero ellos le dieron una respuesta tan valerosa y tan cortante que el rey perdio los estribos y se airó desmedidamente.

Dice Daniel 3:16-18: Sadrac, Mesac y Abed-nego respondieron al rey Nabucodonosor, diciendo: No es necesario que te respondamos sobre este asunto. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado.

Estos siervos de Dios sabían que Dios tenía el poder para librarlos de esta situación, pero su fe y devoción a Dios no estaba basada en lo que Dios hiciera por ellos. Su entrega y dedicación al Señor era tan intensa que tuvieron fe para enfrentar la muerte si era necesario.

¡Oh, que Dios nos ayude a amarle de todo corazón! Que estemos dispuestos a padecer por su causa.

IV. Librados por el poder de Dios

Nabucodonosor hizo que echaran a Sadrac, Mesac, y Abednego en el horno de fuego ardiendo y por haber calentado tanto el horno, los verdugos que los lanzaron murieron por causa de la llama.

El rey se quedo observando las llamas, esperando ver el sufrimiento de los siervos de Dios, pero en vez de eso ocurrió lo que él nunca se esperaba.

Daniel 3:24-25 dice: Entonces el rey Nabucodonosor se espantó, y se levantó apresuradamente y dijo a los de su consejo: ¿No echaron a tres varones atados dentro del fuego? Ellos respondieron al rey: Es verdad, oh rey. Y él dijo: He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses.

Los siervos de Dios fueron atados y echados en el horno de fuego. Pero cuando cayeron allí solo sus ataduras fueron destruidas.

A veces cuestionamos a Dios por permitirnos pasar por hornos de pruebas y tribulaciones que pensamos nos van a destruir. Muchas veces no nos damos cuenta de que las llamas de esas pruebas no están ahí para destruirnos, sino para purificarnos de todo lo que no le agrada al Señor.

3:26-27 Entonces Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno de fuego ardiendo, y dijo: Sadrac, Mesac y Abed-nego, siervos del Dios Altísimo, salid y venid. Entonces Sadrac, Mesac y Abed-nego salieron de en medio del fuego. Y se juntaron los sátrapas, los gobernadores, los capitanes y los consejeros del rey, para mirar a estos varones, cómo el fuego no había tenido poder alguno sobre sus cuerpos, ni aun el cabello de sus cabezas se había quemado; sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor de fuego tenían.

Notemos que Nabucodonosor tuvo que llamarlos a salir del horno. ¿Por qué no salieron seguido se quemaron sus ataduras? La respuesta esta en el cuarto varón que apareció en la escena. Cuando el ángel vino para librarlos de las llamas del horno ardiente, ese lugar se convirtió en un santuario donde ellos sentían la presencia de Dios. Por esto no tuvieron prisa en salir de allí.

El rey tuvo que llamarlos a salir. Ellos podían acercarse al rey, pero el rey no podía ir hacia ellos. Solo ellos estaban bajo la cobertura de las alas del Omnipotente.

Estamos viviendo en un tiempo cuando necesitamos tener una fe firme en el Señor y su palabra. Si no tenemos la convicción y determinación que tuvieron Ananías, Misael, y Azarías, vamos a sucumbir ante la amenaza de peligros mucho más leves que los de un horno de fuego ardiendo.

Pero gracias a Dios no tenemos que luchar en nuestras propias fuerzas. El Señor Jesús nos prometió que íbamos a tener un ayudador que estaría con nosotros para siempre, y quien nos daría el poder para vencer cualquier tribulación en este mundo de maldad.

Andando en el Espíritu tendremos la valentía y fuerza necesaria para permanecer en pie y no postrarnos ante el enemigo de nuestras almas.

 

 

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