Parecía ser un día más como cualquier otro. El muchacho que a diario se levantaba para atender las ovejas de su padre, se preparaba para ejercer su tarea cotidiana. Este joven valeroso no se imaginaba que Dios había señalado ese día para darle un investidura especial.
Dios había rechazado a Saúl como rey de Israel a causa de su rebelión contra Jehová. Por esto determinó en su corazón elegir otra rey para su pueblo, un rey conforme a su corazón. El nombre del futuro rey era David, cuyo nombre significa “amado.”
Jehová mandó a Samuel a llenar su cuerno de aceite y a ir a la casa de Isaí para ungir a uno de sus hijos como rey. El aceite en la Biblia es simbolo del Espíritu Santo y su poder. En el Antiguo Testamento se consagraban a personas para servir como sacerdotes, profetas, y reyes, entre otros oficios. El aceite era aplicado como señal de que el Espíritu de Jehová estaría sobre esas personas para ejercer el ministerio.
Ungir simplemente significa “untar”, “frotar”, “rocear”, o “aplicar un unguento o aceite.” En el sentido espiritual, ungir es consagrar y dedicar a algo o alguien al servicio de Dios.
El profeta Samuel fue enviado a ungir el futuro rey, pero él sabía que no podía ir a donde Dios lo enviaba sin poner en peligro su vida. Saúl vigilaba al profeta que lo había ungido como rey años atrás. Él sabía que si este profeta derramaba el aceite de la unción sobre otro hombre, su reino estaría en peligro.
Por esto el Señor envió a Samuel a Belén con el proposito de ofrecer sacrificios a Jehová, y allí podría también cumplir con la misión encomendada; ungir a uno de los hijos de Isaí.
Cuando Samuel llegó a Belén invitó a los ancianos de la ciudad al sacrificio y también a Isaí con sus hijos. De repente sus ojos se fijaron en Eliab, un hombre de gran presencia, de un porte elegante, y de gran estatura. Se emocionó al ver que el futuro rey de Israel fuera tan fuerte y atractivo. El profeta, lleno de deleite, exclamó: “De cierto delante de Jehová está su ungido.”
“Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón.” (1 Samuel 16:7).
Con estas palabras el Señor nos dió una de las lecciones más impactante de la vida espiritual. Los seres humanos siempre juzgamos por lo que ven nuestros ojos. Muchas veces descalificamos a un persona para un trabajo porque su apariencia nos indica que no está apta para hacer lo que se demanda. En otros casos tenemos a personas que estan en posiciones de autoridad porque le agradó al ojo humano la apariencia de tales personas, pero resultan ser una desilusión cuando se manifiesta su carácter.
Después de Eliab hicieron pasar a Abinadab delante de Samuel. Después hicieron pasar a Sama, pero tampoco él era el ungido de Jehová. Isaí hizo pasar a siete hijos delante de Samuel, pero ninguno de ellos había sido elegido por Dios. Algo estaba mal, Samuel estaba seguro de que Dios lo había enviado a casa de Isaí, pero ahora no encuentra al que debe ungir como rey. Por fin, Samuel tuvo que preguntar: “¿Son éstos todos tus hijos?”
“Y él respondió: Queda aún el menor, que apacienta las ovejas.” Es posible que al igual que a David, no te hayan tenido en cuenta. Él ni siquiera fue invitado al sacrificio que Samuel había preparado. Y cuando Samuel les descubre el propósito de Dios con esta familia, a nadie se le ocurrió que David pudiera ser considerado como candidato a la unción de rey.
Pero aunque los hombres no te tengan en cuenta, si Dios te ha elegido para un propósito en su reino, nadie podrá impedir su obra en tu vida. Cuando David entró al lugar en que se encontraban sus familiares y el profeta, “entonces Jehová dijo: Levántate y úngelo, porque éste es.” (1 Samuel 16:12b)
Cuando Samuel ungió a David delante de sus hermanos, el Espíritu de Jehová vino sobre él. Desde ese día en adelante este joven no sería el mismo. Aunque iba a tener que esperar varios años antes de sentarse en el trono de Israel, ya sobre su vida estaba el poder de Dios para darle la victoria siempre.
Debemos dar gracias a Dios por Jesucristo, porque a través de su sacrificio todos los que tenemos fe en su sangre tenemos acceso a esta bendición de ser los ungidos de Dios.
Solamente no olvidemos que la unción no es para el placer de la carne, sino para el servicio al Señor.